viernes, 6 de noviembre de 2015

CAPITULO 10: CUATRO NOMBRES PERDIDOS

CAPITULO 10: CUATRO NOMBRES PERDIDOS

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Mi madre estaba sentada en una silla de la cocina, con el libro negro que “tomó prestado” de la biblioteca ante ella, sobre la mesa.
Había pasado un día desde lo sucedido en la biblioteca. Las palabras que el tío James le había dicho estaban grabadas en su cabeza.

(…lo que sucedió durante el Incidente…)

Estas palabras invaden su mente, a cada instante. Durante la noche no ha podido dormir, pues no paraba de sentir lo mismo una y otra vez. Lo peor, sin embargo, es que le pareció ver algo en la ventana, algo que luchaba por entrar, que golpeaba el cristal para pasar al interior. Cuando miró, le pareció ver una mano…
Pero eso tan solo había sido una pesadilla, o por lo menos eso pensaba ella. En el fondo, yo sabía que era más que eso.

(…lo que sucedió durante el Incidente…)

Mi madre ha estado pensando mucho en ello. El Incidente… el día del incendio de North Valley… el día 7 de febrero de 1970…
Pero no, no era aquello. Mi tío James dijo algo… dijo que el Incidente no era el propio incendio de North Valley, sino lo que condujo a ello…
O, por lo menos, aquella parecía ser la única interpretación posible de sus palabras.
-Nada de esto tiene sentido.
Se estaba mintiendo a si misma diciendo eso. Y ella lo sabía muy bien, demasiado bien.

(…lo que sucedió durante el Incidente…)

Pero esta frase, pese a ser la que más confunde a mi madre, no es la más misteriosa. La peor de todas ellas, de todas las que mi madre vio escritas en el libro por obra del tío James, era otra.

(…lo que sucedió en North Valley durante nuestra infancia…)

La palabra que más preocupaba a mi madre era infancia. Pues lo peor de todo es que no recordaba su infancia. ¿Cómo podía explicarse a sí misma este hecho, esta extraña amnesia? No había motivo alguno por el que no debiera recordarla. ¿O sí…?
-Sea como sea, la respuesta debe estar en este libro.
Y así, volvió a abrir el libro, esta vez sin tener manifestación alguna de la presencia del tío James. 

CAPITULO 9: EL HOMBRE DEL SUPERMERCADO

CAPITULO 9: EL HOMBRE DEL SUPERMERCADO

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Dejemos a mi madre de lado por unos instantes, en su camino de regreso al piso de Jonathan. Desgraciadamente, no podía seguir mirando a través de la ventana en que en aquellos momentos me encontraba. Sentía que la oscuridad se acercaba…
Me encontré con una ventana que me permitía observar a otro alguien que me daba mucha curiosidad. El hombre, cuando lo vi, estaba de espaldas, pero supe perfectamente quien era. El padre Jones estaba arrodillado, probablemente rezando.
Al principio no supe donde estaba. Entonces, como todas las veces anteriores, una espiral de información llenó mi mente. Me conecté con los recuerdos y pensamientos del padre, y descubrí que estaba en el Hotel Brians, en Benchley Street. El número de habitación era el 322.
Me pregunté desde done debía estar mirando en aquel momento, donde se hallaba la ventana que conectaba el Valle con aquel lugar. Por la posición donde me encontraba, debía ser un espejo. Aunque aquello poco importaba, ya que había conseguido conectarme a la mente del padre. Podría ir junto a él a cualquier sitio, observar sus movimientos y todo lo que hacía.
Terminó de rezar, si es que era eso lo que hacía, y se besó el crucifijo que llevaba colgado al cuello. Después, cogió las llaves que tenía encima de una mesita de noche, y salió de la habitación. 

domingo, 18 de octubre de 2015

CAPITULO 8: EL LIBRO Y LA VISIÓN

CAPITULO 8: EL LIBRO Y LA VISIÓN

1
No tardó mucho en recuperarse. La herida se curó muy rápidamente. Como había estado muy débil después de la pérdida de sangre, los doctores decidieron que se quedara en el hospital hasta que la herida acabara de cicatrizar, momento en el que le sacarían los puntos que le habían hecho. Fue tan solo otra semana.
Durante esos días, recibió continuas visitas del Doctor O’Brian. Pese a que odiaba a ese hombre, mi madre soportó bastante bien sus continuas visitas. De hecho, se hacían soportables por el hecho de que, tras cada sesión, no recordaba nada de lo sucedido durante ella. Tan solo que en todas y cada una de ellas, el doctor la sometía a hipnosis, o algo por el estilo. Sin embargo, nunca le dijo nada acerca de lo que le revelaba en estado hipnótico.
El único día que recordaba mi madre en que habló con el doctor, fue uno en que este se percató del crucifijo que llevaba colgado mi madre al cuello, el que le había enviado.
-¿Sabe usted lo que es este símbolo?
Mi madre no entendía que quería decir el hombre. No respondió nada, sumamente intrigada por su comentario.
-Es el símbolo de Vilarel. Dicen que da suerte y protección al que lo lleva.
-¿Vilarel?
Mi madre nunca había oído ese nombre.
-¿Conoces a los Meck, María? ¡Pero que preguntas hago, claro que sí! Hay muchos mitos sobre los Meck en los Valleys, algunos de ellos, desgraciadamente, ciertos. Vilarel fue el único que se atrevió a cuestionar su autoridad en los tiempos en que los Meck se encontraban en su máximo apogeo. Intentaron matarlo, pero las leyendas que corren por ahí dicen que Vilarel era un ser de gran poder, y que, por lo tanto, los Meck no pudieron tomar ninguna represalia contra él.
-¿Eso lo dice en serio o se lo está inventando?
-Va en serio, María. El caso es que Vilarel existió realmente, pero lo que se dice sobre lo de que era un ser de enorme poder…- volvió a sonreír con aquella sonrisa mezquina suya- La gente llega a inventarse muchas cosas. El caso es que, incluso hoy en día, hay gente que deposita su fe en Vilarel y en su símbolo, pues dicen que el mal y la oscuridad son repelidas por las fuerzas de Vilarel.
-¿Intenta decirme que este símbolo me protege de todo mal, y que tiene…?
-No te hagas ilusiones, María. Las leyendas no son reales. Para algo las llaman leyendas.
Mi madre no estaba tan segura de aquello. 

viernes, 16 de octubre de 2015

CAPITULO 7: EL DOCTOR O’BRIAN

CAPITULO 7: EL DOCTOR O’BRIAN

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Mi madre se despertó, aturdida, en un lugar que al principio no pudo identificar. Estaba rodeada de extraños aparatos y a la derecha había una mesita con una flor marchita en un tiesto azulado. A su izquierda, oía un “pip” constante, que sonaba al ritmo de los latidos de su corazón. Miró en aquella dirección, y vio que, tal y como estaba pensando, era uno de aquellos aparatos para comprobar el número de pulsaciones por minuto en el paciente. Lo había visto muchas veces en películas.
Se dio cuenta entonces de que estaba estirada en una camilla de hospital. Recordó lo sucedido, y comprendió una cosa: la herida no había sangrado mientras estaban dentro del Hospital Oscuro (nombre que había decidido darle en vista a lo ocurrido), pero en cuanto salieron a lo que podríamos llamar como la “realidad”, sangro como una condenada, tal y como debería haber hecho. Recordó ver salir la sangre a borbotones.
Y recordó también otra cosa. Alguien había ayudad al padre a llevarla allí, pues antes de perder el conocimiento había visto a una persona acercándose a ella.
Intento erguir su espalda, estar sentada en vez de estirada, pero al intentar moverse un insoportable dolor arremetió contra ella con fuerza. Se subió la bata de hospital que llevaba puesta, y vio que le habían cosido la herida. Contó los puntos que le habían hecho. Quince en total. Muchos, pensó ella. Normal, pues era una herida muy grande. Demasiado. Le parecía un milagro que hubiera podido salvarse.
Durante un instante, le pareció ver que algo se movía bajo su piel. Una silueta sin forma definida que se movía libremente por su interior. Se volvió a tapar con la bata. Era una tontería, no podía ser. Todo lo que había pasado… No podía ser verdad.
La puerta de la habitación empezó a abrirse. Un hombre entro.
Era el padre Jones. Tenía una escayola en la pierna que se había roto, y llevaba una muleta en cada mano.
Al verla despierta, sonrió.

viernes, 9 de octubre de 2015

CAPITULO 6: EL HOSPITAL Y EDWARD PHILLIPS

CAPITULO 6: EL HOSPITAL Y EDWARD PHILLIPS

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Mi madre había pensado replicarle a la mujer en lo referido a la luz debido a que ya tenía una linterna. Pero ésta, desgraciadamente, se había quedado sin pilas.
Así que entraron, después de haber encendido una cerilla. Una vez dentro, comprobaron que la oscuridad de aquel lugar no era normal. Parecía como si estuviera viva. A María le recordó la de su pesadilla. Agarró con fuerza el crucifijo que tenía colgado del cuello, esperando que aquella sirviera de algo, por muy poco que fuera. Tenía la convicción de que algo horrible aguardaba en aquella oscuridad.
Y es que, aparte de su profundidad y su densidad, aparte del horror que despertaba en sus corazones, ambos, el hombre y la mujer, podían oír susurros que provenían de ella. Voces que invadían su mente, que le amargaban la existencia, y que la incitaban a hacer cosas horribles, entre las cuales la más frecuente era el suicidio.
Sin embargo, se sentían protegidos bajo la luz del fuego de la cerilla. Avanzaron, girando a mano derecha hasta llegar a una puerta que llevaba a un pasillo.
El pasillo tenía habitaciones a izquierda y derecha, que iban de la número 302 a la 346. Las pares iban a la izquierda, y las impares a la derecha. Avanzaron por el pasillo, a oscuras.
A medida que se internaban en aquella oscuridad, dejando atrás la puerta de entrada, a María le pareció sentir algo más que las voces. Era un corazón. El palpitar de un corazón. Y no era al suyo, ni el del padre. Retumbaba en sus oídos como sí, de hecho, se encontrara dentro del mismo. El pálpito salía de las paredes, del suelo. Incluso de los objetos que por allí se encontraban desparramados: de las camillas, de los papeles, de las taquillas. De todo lo que la rodeaba.
Al llegar a la mitad del pasillo, se encontraron con un pequeño montón de objetos que les tapaba el camino. Varios objetos se agrupaban en un montículo infranqueable.
-Vaya, menudo problema. Bueno, será mejor que examinemos las habitaciones.
-¿A cuál de ellas crees que deberíamos ir?
A mano derecha tenían la 323, y a la izquierda la 322. Ambas puertas eran iguales, sin embargo…
Había algo raro bajo la puerta de la habitación 323. María se agacho, pero la oscuridad le impedía ver. Le pidió al padre que le pasara la cerilla, y pudo vislumbrar lo que allí había.
Un líquido rojo. María pudo olerlo, incluso manteniéndose apartada. Un olor fuerte. En ese caso, también olía a muerte y putrefacción.
De repente, un ruido que venía de su bolsa de viaje la sobresaltó. La abrió, y buscó en su interior.
Su linterna estaba encendido. Y zumbaba con un sonido irregular, parecido a la estática de una radio.

sábado, 3 de octubre de 2015

CAPITULO 5: LA SENDA QUE DESCIENDE

CAPITULO 5: LA SENDA QUE DESCIENDE

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Mi madre se despertó, inquieta. Aquel lugar la inquietaba, y durante toda la noche había sentido aquella inquietud en su interior. Era mucho peor que cualquiera de las pesadillas que había tenido desde el Incidente, desde que empezó a sentirse desesperada y triste día tras día. Mucho peor, y aun así más soportable.
Porque de alguna manera, aquella inquietud, a diferencia de las pesadillas y su tristeza, no tenían nada que ver con ella.
Era el lugar.
Aquel maldito lugar.
Vio que el padre Jones no estaba. Suponía que el hombre se había levantado ya, y que seguramente había subido, a rezar o algo por el estilo. Se levantó y fue en dirección al pasillo por el que la había llevado a aquella oscura sala el día anterior, llevándose su bolsa de viaje con ella. Recorrió los pasillos, hasta encontrar la escalera que subía hasta el desván. Una vez subida la escalera, cerró la trampilla de la escalera y salió del desván. Luego recorrió el pequeño pasillo, hasta encontrarse en la capilla de la iglesia.
El padre estaba arrodillado ante la imagen del sangrante Jesucristo que a María tanto aterraba por su tristeza y desesperación. De algún modo, sabía que ella había sufrido tanto psicológicamente como Jesús físicamente. Por eso se sentía identificada con aquella imagen de total desesperación.
El padre la sintió, y se levantó. Sonrió, y se acercó a ella.
-Buenos días, María. ¿Has dormido bien?
-Si, por supuesto. Hacía tiempo que no dormía tan bien. No he tenido pesadillas.
Lo único en aquella frase que era verdad era lo último. No, no había dormido bien. Había pasado una mala noche, en que la ausencia de pesadillas la llenaban de malos presagios acerca de lo que aún debía pasar. Pero no le dijo eso al padre.
-Bueno, me alegro. Supongo que el resto no tardará mucho. Deberíamos bajar.
-¿No podrían subir ellos? Se está mucho mejor aquí, la densidad del aire es mucho menor y hay más luz.
-No, no pueden. Bueno, en realidad no quieren. Su miedo es demasiado grande.
-¿Miedo? ¿A que? Decías que estábamos a salvo de la loca mujer, durante el día, y aquí dentro.
-No es a ella a quien tienen miedo. Temen la luz, el exterior, el día. Las horas en que el sol releva a la luna y a las estrellas, y en la que Dios nos imbuye de su luz.
-¿Temen al día?
El padre asintió. María no podía llegar a creérselo. En los últimos días habían pasado muchas cosas extrañas. Demasiadas. Pero aquello… gente que temía al día. ¿Qué era aquello?
-En cualquier caso, padre, quiero hablarle de algo. Se trata de…
-No, María, déjame hablar antes a mí.
María callo, aunque no estaba del todo convencida en si debía escuchar al hombre.
-Por favor, lo necesito. Llevo mucho tiempo sin… sin hablar con nadie que…
El hombre parecía asustado, desesperado, intranquilo. Durante unos instantes, empezó a dar vueltas alrededor de María, rascándose la cabeza con la mano derecha mientras se mordía las uñas de la mano izquierda.
Paró. Se giró, y miró a María.
-No fui sincero contigo. No sé por qué, no te lo conté todo. Tranquila, no creas que te mentí o algo por el estilo. Simplemente… no te lo conté todo.
María se cruzó de brazos. Aquello la molestaba bastante. El hombre podría habérselo contado todo el día anterior. Podría haber sido sincero, pero ahora le venía con aquello.
Se sentó, y miró con mirada acusadora al padre.
-¿Y bien?
El hombre, muy lentamente, se sentó a su lado.
-En realidad, María, no sé muy bien donde estamos.
-¿Qué?

jueves, 1 de octubre de 2015

CAPITULO 4: EL PADRE JONES

CAPITULO 4:
EL PADRE JONES

1
-¡Despierta, por el amor de Dios, despierta!
Una voz estridente, alta y clara, le estaba gritando a mi madre, y ella despertó repentinamente, recuperando el contacto con el mundo real, dejando atrás las pesadillas.
Estaba estirada sobre un colchón dispuesto sobre un suelo de piedra fría y dura. Había una gruesa manta que cubría su cuerpo, y un cojín debajo de su cabeza. Se sentó, y miró alrededor. Al principio no reconoció el edificio en el que se encontraba. Había varios bancos de madera dispuestos en fila uno detrás del otro. Delante de ellos, una enorme cruz con un Jesucristo colgando de ella, un Jesucristo cuyo rostro mostraba el sufrimiento y la desesperación. Había grandes vitrales con representaciones bíblicas a través de los cuales entraba la luz de la luna. Entonces se dio cuenta de que estaba en una iglesia.
Ante ella había un hombre en cuclillas, que la miraba sonriendo. Por lo que mi madre pudo ver, era un hombre de edad avanzada, con un prominente bigote canoso, y larga cabellera blanca. Aunque supuso que, antaño, su cabello había sido de otro tono, castaño, o incluso rubio, quizás. Alrededor del cuello llevaba un alzacuellos, una de aquellas tiras de color blanco con un pequeño cuadrado negro que los sacerdotes acostumbraban a llevar en caso de no ir con sotana.
El hombre le dio la mano y la ayudó a levantarse. Entonces, se la quedó mirando con mirada escrutadora, como si le estuviera analizando el alma. Entonces, el hombre le tendió la mano.
-Soy el padre Jones.
-Yo… me llamo María.
La sonrisa del padre se ensanchó.
-Un placer, María. Digo gracias a Dios de que por fin te hayas despertado.
Parecía que el padre esperara algún comentario por parte de mi madre. Al ver que ella seguía mirándolo sin inmutarse, dijo:
-Te estabas revolviendo mientras dormías de forma exagerada. Parecía que estuvieses poseída. ¡Dios sabe cuánto he rezado para verte despertar!
-Bueno… pues puede agradecerle a Dios el que le haya escuchado. Ya estoy despierta y, si me disculpa…
Mi madre se disponía a salir por la puerta cuando el padre, con una velocidad que María creía imposible en alguien de su edad, le impidió el paso.
-¡No! Durante la noche es peligroso salir.
-¿Por…?
-No hagas preguntas, María. Simplemente, siéntate en el colchón y responde a las mías.
María hizo lo que el padre le mandaba, y esperó a que este le lanzara la primera de las preguntas.