CAPITULO 10: CUATRO NOMBRES PERDIDOS
1
Mi madre estaba sentada en una silla de la cocina, con el libro negro
que “tomó prestado” de la biblioteca ante ella, sobre la mesa.
Había pasado un día desde lo sucedido en la biblioteca. Las palabras
que el tío James le había dicho estaban grabadas en su cabeza.
(…lo que sucedió durante el
Incidente…)
Estas palabras invaden su mente, a cada instante. Durante la noche no
ha podido dormir, pues no paraba de sentir lo mismo una y otra vez. Lo peor,
sin embargo, es que le pareció ver algo en la ventana, algo que luchaba por
entrar, que golpeaba el cristal para pasar al interior. Cuando miró, le pareció
ver una mano…
Pero eso tan solo había sido una pesadilla, o por lo menos eso pensaba
ella. En el fondo, yo sabía que era más que eso.
(…lo que sucedió durante el
Incidente…)
Mi madre ha estado pensando mucho en ello. El Incidente… el día del
incendio de North Valley… el día 7 de febrero de 1970…
Pero no, no era aquello. Mi tío James dijo algo… dijo que el Incidente
no era el propio incendio de North Valley, sino lo que condujo a ello…
O, por lo menos, aquella parecía ser la única interpretación posible de
sus palabras.
-Nada de esto tiene sentido.
Se estaba mintiendo a si misma diciendo eso. Y ella lo sabía muy bien,
demasiado bien.
(…lo que sucedió durante el
Incidente…)
Pero esta frase, pese a ser la que más confunde a mi madre, no es la
más misteriosa. La peor de todas ellas, de todas las que mi madre vio escritas
en el libro por obra del tío James, era otra.
(…lo que sucedió en North Valley
durante nuestra infancia…)
La palabra que más preocupaba a mi madre era infancia. Pues lo peor de
todo es que no recordaba su infancia. ¿Cómo podía explicarse a sí misma este
hecho, esta extraña amnesia? No había motivo alguno por el que no debiera
recordarla. ¿O sí…?
-Sea como sea, la respuesta debe estar en este libro.
Y así, volvió a abrir el libro, esta vez sin tener manifestación alguna
de la presencia del tío James.
2
El primer capítulo, básicamente, eran un seguido de teorías que
explicaban la llegada del primer Meck al pueblo (que había sido fundado
cincuenta años antes), en el año 1780, el señor Heller Meck, junto con su mujer
Madelaine. Ambos eran adinerados, y tuvieron muchos hijos (algunos ilegítimos,
fuera del matrimonio), tras lo cual ocuparon un puesto de poderío importante en
el pueblo.
Lo primero que captó la atención mi madre fueron unos párrafos que
encontró en el segundo capítulo. En estos, decía:
Los Meck, tras tomar el poder total del pueblo de North Valley,
divulgaron sus propias creencias paganas en el pueblo. Hablaron a sus
habitantes de una misteriosa diosa de la sangre, a la cual llamaban la Reina
Carmesí. Entonces, empezó el terror.
Los Meck ofrecían sacrificios de sangre para su diosa, efectuando
macabros e inenarrables rituales en los cuales extirpaban órganos del cuerpo de
los sacrificados, mientras estos aun estaban vivos y completamente conscientes.
Lo que se hacía a continuación, era colgar en una cruz invertida a estos
sacrificados, y vertían la sangre en un cesto. Los cadáveres colgaban de las
cruces invertidas durante todo un plenilunio, hasta que se volvía a efectuar el
ritual.
Lo que los Meck hacían con la sangre es desconocido. Sin embargo,
muchos historiadores de la región interesados en esta familia plagada de
misterios, especulan que, en honor a su diosa, se bañaban en la sangre de los
sacrificados. Incluso hay una variación que dice que, durante estos baños de
sangre, los Meck hacían orgías desenfrenadas. Aunque, repito, esto no son más
que teorías.
Leer esto hizo que a mi madre la recorriera un
escalofrío. Las barbaridades que se contaban tan solo en ese parágrafo eran
suficientemente aterradoras como para entender lo malévolos que fueron los Meck.
Ya ella, hacía muchos años, había oído hablar de ellos en leyendas y cuentos de
terror que se contaban en el pueblo (la mayoría de ellos, reales).
Pasando páginas, se encontró con otro párrafo interesante:
El idealismo religioso sobre la sangre que tenían los Meck, junto con sus
ideas contrarias a cualquier moralidad existente, hizo que evitaran
relacionarse con gente que no fuera de “su misma sangre”. Es decir, los Meck
convivían en su entorno familiar sin ser interrumpidos por ningún factor
exterior, haciendo que sus relaciones, todas ellas, fueran entre familiares.
Con esto nos referimos también a relaciones sexuales, y a procreación. Cometían
incesto.
La mayoría de veces, se hacía entre hermanos.
Mi madre no pudo reprimir una mueca de asco
absoluto al leer estas palabras. Aquella era una leyenda que había oído varias
veces sobre los Meck. Aunque, cuando la oyó más joven, no sabía que quería
decir incesto. Y antes tampoco pensaba que esto ocurriera realmente. Pero
parecía que así era.
Pasó varias páginas más. En ellas, no había más
que datos poco relevantes acerca de las genealogías durante las distintas
generaciones de la familia Meck, y unas muy detalladas descripciones acerca de
ellas. A parte de eso, poco más se contaba en el libro, solo alguna página
hablaba un poco de los distintos rituales que hacían los Meck. Hasta llegó a
encontrar un fragmento en que narraban como los Meck se encargaron de Vilarel.
Y con “encargaron” quiero decir… bueno, ya sabéis que quiero decir:
Vilarel
fue condenado por los Meck a un castigo mucho mayor que cualquier otro que
hubieran hecho con anterioridad. Le arrancaron los ojos y le obligaron a vagar
por el bosque durante nueve días y nueve noches. Antes del amanecer del décimo
día, lo recogieron del profundo bosque, lo desollaron completamente y lo
colgaron en una cruz. Murió al cabo de dos días, no por la sed ni el hambre,
sino por una infección.
Esto, sin embargo, no paró el crecimiento sucesivo de la comunidad que
este hombre había creado.
En las siguientes páginas, hablaba finalmente
de cómo los Meck fueron eliminados. La comunidad cristiana del pueblo obtuvo
mayor poder e importancia que los Meck y, junto con el resto de personas del
pueblo, mataron a los Meck (algo así como una Revolución Francesa a pequeña escala).
Aunque, por supuesto, había aun algunos descendientes no tan directos que
siguieron con vida. Esto sucedió a finales del siglo diecinueve.
En realidad, estos conflictos internos en el
pueblo nunca han importado a nadie. La religión de los Meck es tomada por algo
de importancia… bueno, de importancia negativa, podríamos decir.
Aunque, en cierto modo, lo que de verdad le
importaba a mi madre se encontraba al final del libro.
Había unas pocas páginas que contenían las
distintas genealogías de los Meck a lo largo de los siglos. Mi madre quería ver
cuál era el último descendiente de la familia, y si aun estaba vivo. Pues
estaba empezando a sospechar, en gran medida, mucho mayor de lo que pensáis, de
ellos.
Tras varias páginas, encontró finalmente la que
buscaba realmente. La página dedicada a los descendientes (la mayoría
indirectos) de los pocos miembros que quedaron de la familia.
Muchos nombres había: Botton, Mickaela, Lucius,
Ígor, Ernest, Mary, Percy, etc. Nombres que poco querían decir para mi madre, pero
que todos compartían lo mismo: tenían sangre Meck. Aunque, desgraciadamente,
todos ellos figuraban como muertos, por lo que de poco le servían.
Poco a poco iba avanzando más y más a través de
las distintas generaciones. Muchos otros nombres aparecieron, pero no puso
atención alguna a ellos. Le extraño que el libro llegara incluso hasta el año
2000, pues parecía mucho más viejo y antiguo.
Finalmente, llegó a un punto en que se encontró
con algo inusual. Había, juntos, cuatro nombres que estaban tachados con tinta.
Eran completamente ilegibles. Sin embargo, lo que más le extrañó a mi madre fue
ver que, justo al lado de cada uno los nombres, había la palabra “vivo”.
Es decir, que los cuatro nombres tachados en el
libro, eran los únicos descendientes vivos de los Meck.
-Pero, ¿Quiénes son? ¿Dónde puedo encontrarlos?
Estas preguntas internas quedaron interrumpidas
justo en el momento en que mi madre pasó la página.
Allí había un dibujo, hecho con colores
oscuros. Parecía obra de un niño de cinco años.
Un gran edificio rodeado de sombras era
fuertemente atacado por trazos de colores anaranjados y rojizos. Lo que parecían
ser personas tenían dibujados en sus rostros unas horrendas muecas de horror y
desesperación, plasmadas a la perfección pese a la infantilidad del dibujo. El
cielo era oscuro, y en él miles de ojos rojos como la sangre observaban lo que
sucedía bajo ellos.
Escrito con letras negras muy grandes había:
“Ellos lo hicieron”.
Aquella era una imagen que mi madre había
evocada muchas veces antes, a lo largo de los años. La imagen que más aparecía
en sus pesadillas.
Fue uno de los momentos más trágicos del
Incendio de North Valley. Cuando el orfanato del pueblo se estaba quemando, se
podían oír los gritos desesperados de los niños que quedaron atrapados dentro.
Sin conseguir ayuda alguna.
(Ellos lo
hicieron)
3
Por mucho que lo intentó, mi madre fue incapaz
de borrar las manchas de tinta que escondían los nombres de los últimos
descendientes de los Meck. Su única posibilidad de saber de que iba todo lo que
estaba sucediendo se encontraba en esos nombres. Y estos se negaban a mostrarse
ante ella.
Finalmente, se dio por vencida. Nada podía
hacer contra aquellas manchas. Decidió que lo mejor sería dejar el libro de
lado durante unos días. Sentía que le iba a explotar la cabeza.
De repente, oyó pasos que se acercaban a la
puerta de entrada al apartamento. Sintió un miedo irracional, infundado por sus
pensamientos más oscuros y las pesadillas horrendas de los últimos días. Pudo
oír el tintineo de las llaves, y la puerta abriéndose.
Obviamente, tan solo era Jonathan. El miedo que
mi madre había sentido se disipó, y se dio cuenta de que había sido una
tontería. Solo que, durante unos instantes, mi madre se había olvidado de todo
lo que la rodeaba, pues lo único que la había preocupado era el libro.
Cuando Jonathan entró en la cocina para saludar
a mi madre, ella se dio cuenta de que a él le había pasado algo.
-Hola María…
-Hola, Jonathan.
Mi madre sonrió. Sin embargo, el hombre tenía
una expresión de imperturbable seriedad impresa en el rostro. Una expresión que
era a la vez de horror. Estaba completamente pálido, y sus ojos estaban húmedos,
como si momentos atrás hubiese estado llorando.
-¿Qué te pasa, Jonathan?
Mi madre vio lo preocupado que estaba el
hombre, aunque este parecía incapaz de articular palabra alguna para contarle
lo que había sucedido. Estaba demasiado… cual era la palabra… conmocionado.
Jonathan la miró, negó con la cabeza, queriendo
expresar que no estaba de humor para hablar, y se fue a su habitación.
4
Mi madre observó, realmente preocupada, como él
se marchaba. Sin embargo, esta preocupación no duró demasiado. Se le había
ocurrido una idea.
Volvió a coger el libro, y lo levantó de forma
que la página donde había los nombres tachados quedara a contraluz. La luz que
salía de la lámpara del techo de filtraba a través de la fina página de papel,
excepto por los lugares donde la tinta cubría el papel. Sin embargo, las
manchas que cubrían los nombres eran… digamos, distintas. Sin embargo, seguía
sin poder distinguir los nombres.
-Espera…
Movió levemente hacia la izquierda el libro, y
pudo distinguir un nombre, tan solo uno, de los cuatro tapados por las manchas.
En letras pequeñas, apenas visibles, se podía
distinguir: “Alfred Jones”.
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